Llevas 11 meses, unas 48 semanas, más de 300 días esperando ese momento que parece que nunca alcanzarás.. y entonces llega.
Tú estado de ánimo sube más arriba de las nubes, tu boca se transforma y exibe la más grande de las sonrisas y los ojos te brillan de la emoción (en algunos casos incluso se llenan de lágrimas). Han llegado las tan ansiadas vacaciones. Se acabaron los madrugones, las prisas, los agobios... cuatro semanas en las que te imaginas tumbada a la bartola, comiendo un buen helado mientras el sol vespertino se ve de fondo, dando un tranquilo paseo en la montaña, flotando en una piscina mientras el sol broncea tu piel, leyendo un buen libro en una toalla mientras las suaves ondas que forma el mar acaban en la orilla... pero como bien decía, te imaginas...
Te has tumbado a la bartola como mucho 5 minutos al día, justo antes de quedarte dormida. El helado te lo has comido, si, pero de esos que vienen varios en una misma caja y en varias ocasiones unas manitas te lo han quitado antes de acabar.... el paseo por la montaña lo has dado, cargada con mochilas y niños en portabebes, parandote cada 3 minutos a ver piedras, gusanos y escarabajos peloteros... el sol no ha podido broncearte, las nubes no se lo han permitido y en la piscina te has metido cuatro veces contadas, el libro ni siquiera te has atrevido a abrirlo por miedo a no poder cerrarlo a causa de la arena que con toda probabilidad iba a quedarse en los pliegues de las páginas.
Pero esas cosas son minúcias cuando se comparan con todo lo bueno que te han dado estas vacaciones. Has disfrutado de tu familia las 24 horas del día, has hecho castillos de arena, guerras de agua, has montado en bici, has saltado en charcos de barro, has podido leerte un libro en formato electrónico, has hecho amigurimis y has empezado algunos poyectos (entre ellos el blog). Pero sobretodo has sido feliz, has sonreido haciendo cosquillas, dando besos y recibiendo achuchones.
VIVAN LAS VACACIONES
